Despues de unas vacaciones en Egipto este verano y de unos meses sin publicar en el blog, me permito introducir una reflexión más relacionada con la ingenieria que con las compensaciones. Primero porque me impresionó la historia y después porque en este caso me siento interpelado mucho más como ingeniero que como profesor, asesor o consejero en otras disciplinas.
Todos los comentarios, citas y referencias que voy a incluir en este articulo tienen su origen pues en ese libro, y forman un breve resumen de lo que más me ha impresionado, especialmente despues de contactar intimamente con la civilización egipcia donde sin duda "empezó todo".
Ymaginemos un reloj que funciona con agua,
decorado con figuras que se mueven solas y diseñado hace más de 800 años. No es
ciencia ficción ni fantasía medieval, es ingeniería islámica del siglo XII, en una época en la que Europa aún despertaba de un letargo cultural cuando el mundo
islámico ya diseñaba máquinas automáticas, planificaba ciudades con
alcantarillado y construía cúpulas que desafiaban la gravedad.
La Edad de Oro del Islam, entre los siglos VIII y
XIV, fue mucho más que una etapa de traducción de textos clásicos. Fue un
laboratorio de ideas donde la matemática, la física y la mecánica se
transformaban en soluciones concretas y, en lo que nos afecta a l@s ingenier@s, en excelentes soluciones de ingeniería.
Pero si hay una figura que encarna la fusión
entre ciencia y técnica, es Al-Jazari (ingeniero e inventor del siglo
XII en Mesopotamia). En su tratado “Libro del conocimiento de los
ingeniosos dispositivos mecánicos”, describe más de cincuenta máquinas, muchas
de ellas automáticas. Relojes de agua, fuentes animadas, sistemas de bombeo y
mecanismos de control de flujo que incorporaban válvulas, cigüeñales y ruedas
dentadas. No eran juguetes, eran soluciones funcionales, diseñadas con
precisión y belleza, y algunos de sus principios se redescubrieron siglos después
en la revolución industrial.
De hecho, se ha señalado que Leonardo da Vinci
conocía, directa o indirectamente, algunos de estos diseños, y se dice que su famoso dibujo
del autómata caballero y sus estudios sobre mecanismos hidráulicos muestran
paralelismos con los dispositivos descritos por Al-Jazari.
También Villard de Honnecourt (arquitecto
e ingeniero francés del siglo XIII) incluyó en sus cuadernos dibujos de
máquinas que recuerdan a las descritas en textos islámicos.
La ingeniería islámica no se limitó sin embargo a
los dispositivos. Las ciudades del mundo islámico fueron diseñadas con una
lógica que hoy llamaríamos sostenible. Bagdad, Córdoba, Damasco o El Cairo
contaban con calles pavimentadas, baños públicos, fuentes y mercados
organizados. El agua se distribuía mediante acueductos y norias, y el
alcantarillado evitaba enfermedades. Todo esto en una época en la que muchas
ciudades europeas aún dependían de pozos y letrinas.
La arquitectura estaba también plagada de ingeniería. Las
mezquitas, madrazas y palacios no solo eran espacios religiosos o políticos sino también obras maestras en cálculo estructural. El uso de arcos, bóvedas y cúpulas
permitía construir espacios amplios y resistentes. Además, se aplicaban
técnicas de aislamiento térmico y acústico, y se utilizaban materiales como
ladrillo, piedra y yeso con una comprensión avanzada de sus propiedades
físicas.
En este contexto, también se documenta la
influencia de modelos constructivos orientales, como los puentes chinos
(estructuras en arco y ensamblaje sin clavos, desarrolladas desde la
antigüedad), que fueron conocidos por ingenieros islámicos y, en algunos casos,
adaptados a las necesidades locales, mostrando una capacidad de integración
técnica que anticipa la ingeniería contemporánea.
Uno de los ejemplos más sorprendentes del legado
técnico islámico es el de las ruedas hidráulicas conocidas como “Spanish
wheels”. Estas norias, perfeccionadas en Al-Ándalus, territorio islámico
en la península ibérica entre los siglos VIII y XV, fueron utilizadas para
elevar agua en sistemas de riego y abastecimiento urbano, y lo notable es que su
diseño fue exportado a América, donde se han encontrado estructuras similares en varios paises, entre ellos Estados Unidos.
Estas ruedas, que funcionaban mediante energía
hidráulica y aprovechaban el flujo de ríos o canales, fueron adaptadas por
comunidades agrícolas en el continente americano demostrando cómo una tecnología desarrollada en el mundo islámico
medieval pudo atravesar continentes y siglos.
La precisión fue otro sello del legado islámico en astronomía y geodesia, diseñando instrumentos como cuadrantes y esferas que permitían calcular posiciones celestes,
distancias y orientaciones. Unos dispositivos esenciales para la
navegación, la planificación urbana y la organización del tiempo.
Al-Biruni, científico persa del siglo XI, calculó con gran precisión la densidad de diversos materiales, la gravedad y la mecánica de fluidos, obteniendo resultados que, en muchos casos, coinciden con los valores actuales, como la densidad del mercurio (13,6) que él ya determinó hace más de mil años.
Ibn Sina, conocido en
Occidente como Avicena (filósofo y médico persa del siglo XI), en sus
estudios médicos y filosóficos abordó también la dinámica y la resistencia de
materiales.
Resulta paradójico y profundamente revelador que muchos de los territorios donde floreció esta ciencia, como Irak, Siria o
Egipto, hoy figuren entre los países con mayores desafíos en desarrollo
tecnológico y económico. Esta distancia entre el esplendor pasado y la
situación actual invita a reflexionar sobre cómo se construyen y se pierden las condiciones que permiten a una sociedad liderar el conocimiento.
Una advertencia para Europa, que en un mundo liderado por la innovación de China y Estados Unidos, y con potencias emergentes invirtiendo con decisión en ciencia, tecnología e infraestructuras, corre el riesgo de quedar relegada a un papel secundario en la configuración del futuro.
Creo que sería suficiente, aunque no es poco, considerar
las recomendaciones contenidas en el Informe Draghi sobre la necesidad de
simplificar procesos administrativos reduciendo la burocracia, acelerar las concesiones para una transición hacia una energía limpia cuyos beneficios
lleguen verdaderamente a los consumidores, diseñar una transición energética que no
comprometa la competitividad de nuestras industrias, fomentar la producción
local de componentes estratégicos, simplificar el marco regulatorio y fomentar las vocaciones STEM.
Si logramos coordinar nuestras políticas, invertir con ambición y defender nuestros valores frente a la creciente ola de negacionismo y polarización, podremos no solo competir, sino liderar una forma distinta de innovación, más humana, sostenible y justa.
La historia de la ingeniería islámica nos recuerda que el liderazgo técnico no es eterno ni está garantizado. Requiere visión, inversión, educación, y una cultura que valore el conocimiento como motor de progreso, y, en ese terreno, sin duda, la ingeniería europea tiene aún mucho que decir.
Saludos
Francesc
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