En la gestión del talento dentro de las organizaciones, es frecuente asociar este concepto a una serie de capacidades técnicas, conocimientos especializados y habilidades específicas que permiten a un profesional desempeñar su función con excelencia. Sin embargo, cuando nos referimos a la verdadera esencia del talento y a su impacto en el crecimiento de una empresa, debemos mirar más allá de lo técnico.
Fidelizar el talento no se limita a retener a los empleados más competentes, sino a generar un entorno en el que puedan desplegar todo su potencial y contribuir al propósito organizativo de manera genuina y sostenida.
Y es que, siendo cierto que las organizaciones requieren de profesionales con conocimientos profundos y habilidades concretas como la destreza adquirida a través del aprendizaje, la capacidad suficiente para desempeñar una función concreta, una combinación de conocimientos y habilidades que garanticen un desempeño eficaz en el puesto de trabajo, o incluso un nivel de inteligencia que les permita comprender, analizar y resolver problemas de manera efectiva, el talento que impulsa a las empresas es otro.
Son las actitudes y los valores los que generan impacto real en una organización, y los que verdaderamente hacen que una empresa no solo funcione, sino que crezca y evolucione.